Perfectamente imperfecta: una reflexión sobre imagen, autoestima y autenticidad

No estaba segura de este título. Lo encontraba medio trillado, repetido, como de esas frases que ya no dicen mucho. "Perfectamente imperfecta". ¿Qué querrá decir eso, realmente? ¿Que está bien tener defectos? ¿Que somos un paquete con errores pero igual nos merecemos cariño? ¿O que aprendimos a aceptar nuestras grietas como parte del diseño?

No lo sé.
Pero lo que sí sé, es que a veces, mirar(se) sin juicio cuesta más que subir un cerro con botas de agua.

La imagen esa que mostramos al mundo, pero también la que nos mostramos a nosotras mismas no es sólo un tema de estética. Tiene que ver con identidad, con historia, con lo que aprendimos a esconder y con lo que hoy nos da miedo mostrar.

Hay días en que una se para frente al espejo y no sabes muy bien qué estas viendo. ¿Es el cuerpo? ¿Es el cansancio? ¿Es la cara con ojeras, el pelo con frizz, o ese jeans que antes cerraba y ahora no?

Otras veces, el problema no es el reflejo… es la voz interna.

Esa voz que opina sin que se lo pidamos. Que dice cosas como: "Estás desarreglada", "Te ves vieja", "Pareces enferma", "Así no vas a gustar", "No te podís mostrar así".

Y uno se la cree.

Aunque por fuera se ría, aunque diga que ya no le importa lo que opinen los demás, aunque se compre ropa nueva o se maquille un poco para "subirse el ánimo".

Pero hay algo que no nos enseñaron:

que no es la ropa la que acomoda el alma.

Ni el lápiz de labios el que cambia lo que nos duele por dentro.

Ni el cuerpo el que tiene que adaptarse a la mirada ajena.

Ser perfectamente imperfecta no es una meta que se alcanza.

Es más bien un acto de presencia:

Estar contigo misma aunque no te guste todo lo que ves.

Vestirte desde lo que sientes, no desde lo que crees que deberías sentir.

Atreverte a caminar con una arruga, con una mancha, con una historia.

Hay cansancio que no se nota.

Dolores que se tapan con corrector.

Autoexigencias que disfrazamos de autocuidado.

Pero también hay belleza que brota sin permiso:

Cuando te vistes para sentirte cómoda, no para rendir.

Cuando sueltas esa blusa apretada que ya no eres.

Cuando decides dejar de esconder la guata, los brazos, la tristeza.

Porque sí, hay días en que cuesta más.

Donde no te gusta ninguna prenda, donde todo te aprieta o te incomoda.

Y ahí es donde más se necesita el gesto amable.

Esa decisión chiquita de no pelear contigo.

De no castigar tu cuerpo por no estar como quieres.

De elegir una tela suave, un color que te abrace, un silencio.

Porque lo perfecto no está en el talle ni en el outfit.

Está en la coherencia.

En vestirte de ti, aunque no estés en tu mejor día.

En reconocerte sin tener que encajar.

En darte permiso para no ser productiva, bonita ni brillante todo el tiempo.

Eso también es imagen.

Y también es revolución.

Una revolución silenciosa que empieza en la mañana, cuando te pones lo primero que pillaste… y decides no criticarte.

Que sigue cuando no te sacas la foto porque no te gustaste, pero igual te miraste con cariño.

Que se siente cuando sales a la calle con lo que hay, pero desde un lugar digno, no derrotado.

Ser perfectamente imperfecta es dejar de exigirse tanto.

Dejar de tratar de corregir todo.

Dejar de creer que el cuerpo tiene que portarse bien para que una se sienta valiosa.

Y sí, suena fácil, pero no lo es.

Porque por más libros que una lea, por más talleres que tome, por más veces que escuche eso de "ámate tal como eres", hay heridas que quedaron profundas.

Hay miradas que duelen aunque ya no estén.

Hay recuerdos de vergüenza, de incomodidad, de sentirse fuera de lugar.

Y todo eso se cuela en la forma en que una se viste, se cuida y se mira.

Pero también hay posibilidad.

Porque aunque no podamos cambiar lo que pasó, sí podemos elegir desde dónde nos tratamos hoy.

Una imagen no es sólo lo que se ve.

Es lo que se intuye.

Es esa energía que da una persona cuando está cómoda en su piel, aunque no esté maquillada.

Es ese brillo que no viene del iluminador, sino de haberse reconciliado con una parte de sí.

Y ojo: reconciliarse no es conformarse.

No es dejarse estar.

No es decir "así no más estoy" con resignación.

Es elegir con consciencia.

Es mirarte desde la compasión, no desde el deber.

Es decirte "esto soy hoy… y me respeto así".

Y quizás eso sea lo que quería decir esta frase.

No una moda, no una pose, no un hashtag más.

Sino una forma de estar en el mundo:

con ropa que no te reprima.

con palabras que no te condenen.

con una mirada que no te hiera.

Perfectamente imperfecta, sí.

Pero sobre todo:

profundamente humana.


Con cariño
Paz Pimont.